
Lejana, muy muy lejana aquella tarde de setiembre de 1992 en la clase de Sociología de los Medios en la facu. Mientras el buen Pablín (nuestro acucioso jefe de práctica de aquel curso, que confieso, no era de mis favoritos) se emocionaba hablándonos de McLuhan y Toffler, y sobre todo, de cómo los nuevos medios reconfigurarían nuestro hábitos de consumo, más de uno pasó por agua tibia el comentario. ¿Nuevos medios? ¡Si ni siquiera soñaba con tener un celular! Y es que nuestros horizontes no vislumbraban ni por asomo la llegada de aquella "dizque" revolución.
Ya egresado y haciendo de editor de tv en un noticiero local, el contacto con el mundo de la Internet se materializó en 1998: buscando información sobre una escuela de cine de Brasil, un amigo me guió por la senda virtual para descubrir las bondades del correo electrónico y el chat. Tener amigos ahora en cualquier lugar de Latinoamérica no me costaba ningún esfuerzo, pero cuando llegó el año 2000 y con él las elecciones presidenciales en las que Alberto Fujimori trataba de enquistarse en el poder, el chat comenzó a adquirir otro carácter. Y es que esperando los resultados en la sala de prensa del canal y ante el evidente fraude que se perpetraba ante nuestras narices, mis conversaciones con el resto de Latinoamérica comenzaron a convertirse en un clamor indignado por aquella situación. Las réplicas no se hicieron esperar, y mientras algunos cibernautas paraguayos y argentinos me pedían que les comentara más sobre lo que ocurría, algún mexicano resignado me hacía el recuento de los fraudes electorales de su país.
Por supuesto, a pesar de la cobertura periodística del hecho, no había nada más valioso para muchos amigos del continente, que recoger detalles de lo ocurrido en Perú de una fuente tan personal. Aquella tarde de la facu en 1992 comenzó a tener más sentido. Años más tarde, y ya instalado como subeditor en la redacción de una revista de cable, era decepcionante comprobar como en pleno siglo XXI, nuestra web de programación no pasaba de ser un mascarón sin vida. Promovido como editor web para relanzar el proyecto, mi vida pasaba abruptamente del soporte impreso al digital, sin más experiencia que mi vida como simple cibernauta.
Haciendo acopio de todas mis fuerzas, logré ingresar a la lógica de las web de muchas cableras y aterrizar el proyecto bajo esos parámetros. Pero mientras ya pensaba haber dominado el asunto, el ciberespacio ya había sufrido grandes variaciones, variaciones a las que yo había accedido inconscientemente al abandonar el anticuado Hi5 por el Facebook para no ser un paria social. ¿Ubicar una fiesta?, ¿conocer a alguien?, ¿comentar el encarcelamiento de Fujimori?, ¿compartir un video? No me quedó sino reír. Cuál Nostradamus de los medios virtuales, el buen Pablín nos había adelantado a aquel grupo de incrédulos los alcances de una revolución que no parece tener fin. Por lo pronto, en un universo en el que muchos mortales han incorporado a su léxico común términos como pro tools, mozilla o after effects, todavía hay muchos homo sapiens sapiens tratando de despegarnos del molde de Gutemberg...o morir en el intento.
Ya egresado y haciendo de editor de tv en un noticiero local, el contacto con el mundo de la Internet se materializó en 1998: buscando información sobre una escuela de cine de Brasil, un amigo me guió por la senda virtual para descubrir las bondades del correo electrónico y el chat. Tener amigos ahora en cualquier lugar de Latinoamérica no me costaba ningún esfuerzo, pero cuando llegó el año 2000 y con él las elecciones presidenciales en las que Alberto Fujimori trataba de enquistarse en el poder, el chat comenzó a adquirir otro carácter. Y es que esperando los resultados en la sala de prensa del canal y ante el evidente fraude que se perpetraba ante nuestras narices, mis conversaciones con el resto de Latinoamérica comenzaron a convertirse en un clamor indignado por aquella situación. Las réplicas no se hicieron esperar, y mientras algunos cibernautas paraguayos y argentinos me pedían que les comentara más sobre lo que ocurría, algún mexicano resignado me hacía el recuento de los fraudes electorales de su país.
Por supuesto, a pesar de la cobertura periodística del hecho, no había nada más valioso para muchos amigos del continente, que recoger detalles de lo ocurrido en Perú de una fuente tan personal. Aquella tarde de la facu en 1992 comenzó a tener más sentido. Años más tarde, y ya instalado como subeditor en la redacción de una revista de cable, era decepcionante comprobar como en pleno siglo XXI, nuestra web de programación no pasaba de ser un mascarón sin vida. Promovido como editor web para relanzar el proyecto, mi vida pasaba abruptamente del soporte impreso al digital, sin más experiencia que mi vida como simple cibernauta.
Haciendo acopio de todas mis fuerzas, logré ingresar a la lógica de las web de muchas cableras y aterrizar el proyecto bajo esos parámetros. Pero mientras ya pensaba haber dominado el asunto, el ciberespacio ya había sufrido grandes variaciones, variaciones a las que yo había accedido inconscientemente al abandonar el anticuado Hi5 por el Facebook para no ser un paria social. ¿Ubicar una fiesta?, ¿conocer a alguien?, ¿comentar el encarcelamiento de Fujimori?, ¿compartir un video? No me quedó sino reír. Cuál Nostradamus de los medios virtuales, el buen Pablín nos había adelantado a aquel grupo de incrédulos los alcances de una revolución que no parece tener fin. Por lo pronto, en un universo en el que muchos mortales han incorporado a su léxico común términos como pro tools, mozilla o after effects, todavía hay muchos homo sapiens sapiens tratando de despegarnos del molde de Gutemberg...o morir en el intento.

Nos es más difícil entrar a este nuevo mundo cuando vemos que otros que lo hiceron antes, lo hacen mejor que nosotros. La diferencia es que a ellos les tomó más tiempo aprender, el reto para nosotros es hacer el doble en sólo una décima parte de este tiempo.
ResponderEliminarReconforta al menos saber que así como los nativos digitales son incorporados, los inmigrantes serán puestos al día. Todavía no termino de adaptarme y ya comienza a pensar como estarán replanteadas las paltaformas editoriales en 20 años...
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